Desde el preciso instante en que el sol alumbró mi ventana, sabía que era el día en el que mi inspiración para narrar la tragedia cómica de nuestra tierra iba a salir a relucir, como lo hace la arepa doradita en el budare. 

Y es que, con una década de surrealismo político a nuestras espaldas, se me hace imposible no ponerme el sombrero de reporterillo opositor y sumergirme en esta tragicomedia tropical que ha sido la Venezuela de los últimos diez años.

Oh, mi amado terruño, desdichado por la partida del comandante eterno, Hugo Chávez, que dejó el timón de esta nave a la deriva en manos de su sucesor, el inefable Nicolás Maduro. 


El Inicio del Caos: La Sucesión de Chávez

¿Será cierto que su muerte fue producto de un plan maquiavélico urdido por él y Diosdado Cabello para asegurar la continuidad de la revolución socialista? 

Algunos se atreven a murmurar que sí, pero yo, con la sorna que me caracteriza, prefiero pensar que fue el karma que no aguantó más la situación y decidió tomar cartas en el asunto.

El pasado se hace presente, y los ecos de los próceres de nuestra independencia retumban en el vacío de la historia. 

El inmortal Simón Bolívar se revuelca en su tumba al ver a su patria sumida en el caos y la desesperanza, mientras que el fantasma de Juan Vicente Gómez ronda el Palacio de Miraflores en busca de una lata de sardinas.

Maduro, como un aprendiz de brujo, se lanzó a la aventura de gobernar este país sin tener la menor idea de lo que hacía. 

Entre Metidas de Pata y Represión

Su legado ha sido una sinfonía de metidas de pata que harían llorar de la risa a Charles Chaplin. En su desespero por mantenerse en el poder, ha implementado políticas económicas que no tienen ni pies ni cabeza, convirtiendo nuestra moneda en un papelillo sin valor que se lleva el viento. 

La hiperinflación ha devorado la vida de los ciudadanos, que ahora pagan en dólares hasta por un pedacito de queso.

El circo político ha sido de tal magnitud que no solo hemos visto al presidente bailar salsa en plena crisis humanitaria, sino que también participan personajes tan pintorescos como el exótico Tareck El Aissami y el mismísimo Diosdado Cabello, ese hombre de mil y un oficios, que dicen que es el verdadero titiritero detrás del trono.

La represión ha sido el pan nuestro de cada día, con la policía política, la desaparecida GNB y los temidos colectivos apretando el yugo sobre el cuello del pueblo que clama por un cambio.

 Los estudiantes que osan protestar se ven arrastrados por una ola de violencia que deja heridos y hasta muertos en su estela. 

A esto le sumamos las denuncias de corrupción, narcotráfico y otros delitos que han llevado a la élite gobernante a ser tildada de "narcoestado". En fin, como decimos por aquí, "un beta".

Un éxodo forzado en busca de un futuro mejor

Pero lo que ha sido la guinda del pastel en este desastre tropical ha sido la migración masiva de venezolanos. 

Nuestros compatriotas, hartos de no encontrar ni un misero cartón de huevos, han decidido emprender la diáspora más grande que haya visto nuestra América Latina, llevando sus maletas cargadas de sueños y esperanzas hacia tierras lejanas. 

Todos conocemos a alguien que ha cruzado la frontera a pie en busca de un futuro mejor, convirtiéndose en un moderno Simón Bolívar que lucha por su propia independencia. 

Y, como en la famosa canción de Alí Primera, "Vamos, venezolano, que tienes el deber de hacer patria en cualquier rincón".

Haciendo una pausa¿cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo fue que una tierra de riquezas y bellezas naturales inigualables, otrora llamada "la Venezuela saudita", terminó convertida en un chiste de mal gusto? 

No hay respuestas fáciles, pero sin duda la complicidad de aquellos que debieron guiar a este país por el buen camino y optaron por enriquecerse a costa del sufrimiento del pueblo, tendrá un lugar en la historia como el principal causante de esta catástrofe.

Pero, como buen venezolano, me niego a perder la esperanza. Creo firmemente en que la resiliencia de nuestro pueblo nos llevará a superar esta crisis y a reconstruir nuestra amada patria. 

Y cuando ese día llegue, levantaremos una copa de ron de caña al cielo y brindaremos por la Venezuela que renace, como el ave fénix, de las cenizas de la desgracia. Entonces, podremos decir con orgullo: ¡Viva Venezuela, carajo!

En estos diez años de "revolución bonita", hemos pasado de ser la envidia de América Latina a ser el ejemplo de lo que no se debe hacer en política y economía. 

Pero que nadie se atreva a subestimar la fuerza de un pueblo que se levanta una y otra vez, porque si algo hemos aprendido en esta década, es que los venezolanos somos más fuertes de lo que jamás imaginamos.

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